Jesús Saturno Canelón. Profesor titular de la cátedra de Introducción a la Odontología
Con la llegada del año 2000 y del primer febrero del tercer milenio, quizá valga la pena abordar la máquina del tiempo y retroceder diecisiete siglos y medio para despertar -con un penetrante olor de carne a la parrilla- en las afueras de Alejandría, cerca del delta del Nilo, el 9 de febrero del año 249. Allí, Apolonia, una anciana desdentada a golpes de hierro y piedras y con los maxilares destrozados, acaba de saltar a la hoguera para librarse de sus torturadores y, consumiéndose entre las llamas, todavía ruega a Dios para que quienes en el futuro recuerden con devoción su sufrimiento, no padezcan más de dolores dentarios.
Sin embargo, la pobre no sabe lo que la espera. Como una especie de lenta tortura postmortem, deberán transcurrir más de mil doscientos años, y dentro de ellos ocurrir algunos hechos exaltadores de los derechos de la mujer, para que el recuerdo de aquel sacrificio logre revivir. "En el siglo XII hay, en efecto, una fuerte corriente antimatrimonial. En el mismo momento en que la mujer se libera, en que ya no es considerada una propiedad del hombre o una máquina de hacer hijos, en que ya nadie se pregunta si la mujer tiene un alma, el matrimonio es objeto de descrédito (el amor cortesano, carnal o espiritual, solo existe fuera del matrimonio...)". El XII fue, además, el siglo del auge de la Virgen María en Europa occidental y de los tormentosos amores del teólogo Pedro Abelardo y su alumna Eloisa, sobrina de un canónigo.
Pero Apolonia no era María ni la Iglesia cambia tan rápido. En la centuria siguiente apareció el Thesaurus Pauperum, libro atribuido al Papa Juan XXI (1276-1277) que contenía un elenco de oraciones destinadas a hacerles rogativas a los santos "especialistas" en diferentes enfermedades, entre los cuales todavía no figuraba Santa Apolonia. Más tarde, de ese texto se escribieron nuevas copias, y en una de ellas, hecha en el siglo XIV, un desconocido copista se atrevió a intercalar la frase que popularizó a nuestra Santa: "Todo el hombre que tenga dolor de dientes y se encomiende a Santa Apolonia y haga oración, el dolor desaparecerá". Aunque no hubiera sido consagrada por aquel pontífice que apenas calentó por un año la silla gestatoria, el alma de la desdentada mártir debió sonreir ante la triquiñuela del incógnito devoto que, por fin, la liberó de tan larga espera.
Desde entonces su mensaje se difundió por todo el mundo cristiano, "las imágenes y los templos se multiplicaron, las plegarias se volvieron más suplicantes y la devoción más grande".
Pero en los siglos siguientes dos nuevos tormentos cayeron sobre Apolonia. Como consecuencia de esa popularidad, principalmente expresada por una vasta iconografía que pasa de ochocientas pinturas e incontables esculturas, donde la mayoría de las veces Apolonia -joven y bella, pero inocente ante su nuevo castigo - aparece portando en la mano derecha un grande y horrendo forceps cuyo extremo se adorna con un molar superior recién extraído, y en la izquierda, la palma símbolo de los mártires.
A esta tercera y permanente tortura para nuestra virgen, se añadirá otra asociada a la conquista de América. Es el hecho de que esa iconografía, contradictoria con la forma como ella padeció y murió, y con las oraciones que la describen como "abogada de los dolores dentarios" (y no como exodoncista) llegó al Nuevo Mundo en manos de los conquistadores ibéricos y sirvió para agredir a sus habitantes, devotos -como Apolonia- de la paliación. "La equivalencia espiritual de lo que, como imposición técnica, significó la llegada de los procedimientos mutilantes europeos, está representada por la forzada y destructiva implantación del culto al numeroso ejército de "santos especialistas" y, en el área odontológica, a Santa Apolonia. He aquí un mínimo ejemplo a ese respecto: López Austin reproduce 48 conjuros obtenidos a la fuerza por el cura Hernando Ruiz de Alarcón, de varios médicos aztecas en el siglo XVII. El sacerdote los tradujo al español y sirvieron a los cristianos para combatir aquellos procedimientos que consideraban demoníacos".
El quinto suplicio parece haberse iniciado en algunas cofradías de barberos sangradores europeos que la habrían adorado como su patrona, devoción que, siglos más tarde se concretó y multiplicó a escala casi planetaria dentro de la profesión odontológica. Barberos y dentistas se sintieron identificados en la tenaza que los artistas le pusieron a la mártir desdentada en la mano derecha, y fueron indiferentes al contenido de su mano izquierda. Quizá los millares de dientes "de Apolonia" esparcidos en iglesias de todo el mundo sean símbolos de esa devoción.
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