Amaya Núñez Oliden Profesor de la Cátedra de Coronas y puentes fijos. U.C.V.
ABSTRACT |
INTRODUCCION
Hoy cuando el desarrollo del conocimiento avanza vertiginosamente y sus aplicaciones sobrepasan el límite de la imaginación; cuando las tecnologías de la información transforman al mundo y cuando saltan al escenario términos como apertura y globalización que orientan las tendencias dominantes de la economía en las relaciones internacionales, Latinoamérica se debate por encontrar un destino mejor en medio de un desarrollo científico-técnico disminuido, del incremento de la pobreza y el desempleo.
En este azaroso tiempo, surge la perentoria necesidad de enfrentar con propiedad y precisión un rápido cambio de la educación y en especial de la Educación superior, en medio de grandes restricciones de orden económico que han generado compromisos con los países desarrollados que nos han auxiliado, pero, a la vez han impuesto sus modelos de desarrollo económico, lo cual ha derivado en exigencias orientadas a todo el aparato educativo.
En lo que atañe a la Educación superior, se le exige mayor productividad y una orientación que dé mayor respuesta a los sectores de poder económico y político, lo que, a juicio de unos, es la vía deseable para entrar en los escenarios de la competencia de la economía mundial, mientras otros, sin estar en desacuerdo con esta premisa, anteponen orientaciones de orden social y ético que den una respuestas en primer lugar, a cada país como totalidad, orientando la evolución de la educación superior desde la arista del conocimiento como un bien social.
La idea sería evitar que universidades se transformen en instituciones al servicio de determinados entes de poder, que, en unos casos propugnen posturas producto de regímenes neoliberales más acordes con la política de los países desarrollados, y en otros (donde, como producto de politiquería y corruptelas han desfalcado a varios países latinoamericanos) se busca colocar a los estados de rodillas ante aquellos que ostentan el poder económico e imponen sus reglas ante la ayuda ofrecida
GLOBALIZACIÓN Y UNIVERSIDAD
La historia de la Universidad como institución se remonta poco más o menos a novecientos años, evidenciando transformaciones en el transcurrir de las diferentes épocas de la humanidad, creciendo, exteriorizando cambios como respuesta a factores propios de la cronología en la que se ha desarrollado.
Así, en su comienzo la Universidad surge de la necesidad de compartir conocimientos con unos pocos, luego en el Renacimiento se impulsa el humanismo, como centro de discusión entre teología y libertad, y más tarde, en el siglo XIX, en la era de la industrialización incorpora la investigación científica y aplicada respondiendo a las demandas externas a través de la creación de conocimientos. De esta manera, al entrar en el siglo XX, la Universidad no solo es un centro de transmisión de conocimientos, sino un lugar de gestación de los mismos. (Garita-Bonilla, 1996)
La Universidad en el actual siglo se ha caracterizado entre otros aspectos por la formación de profesionales en los que prevalezca el criterio de calidad; sin embargo, hacia la mitad del mismo, las orientaciones se dirigen no solo a la formación tecnológica, sino hacia el rescate de la formación humanística, lo cual se ha planteado como una de sus misiones.
En las postrimerías del siglo XX, la Universidad como institución se enfrenta al desafío de satisfacer con eficacia exigencias de orden exógeno y endógeno, en un ambiente de severas restricciones financieras y profundos cambios económicos y políticos de alcance mundial, al mismo tiempo que reconoce la necesidad de adecuar y modernizar sus estructuras, modalidades y formas de organización, así como sus modelos educativos, en razón de la emergente necesidad de ofrecer respuestas ante las demandas de la sociedad civil y del estado.
El término globalización, tal y como lo expresa Rodríguez (1993), describe "una gama de transformaciones que se han registrado en los ámbitos económico, político, tecnológico y cultural y que tienen en común su difusión y mutua relación en el nivel del sistema mundial."(p.144). En Latinoamérica, la fase histórica de globalización tiene su punto de partida en dos puntos coyunturales: el primero, que se genera a partir de la crisis económica regional que se inicia en la década de los ochenta, y el segundo, que corresponde a los cambios de los regímenes políticos luego del ocaso de las dictaduras que se dieron en el continente. Las recesiones económicas se han dado como producto de varios factores, entre ellos: la recesión mundial, que repercutió entre las economías de los países desarrollados y los dependientes, el aumento de las tasas de interés de la deuda externa, la reducción de los precios de las exportaciones, y la retracción de la inversión productiva que presionaron como un todo en la estabilidad de las estructuras económicas de la región.
Frente a tal situación se establecen políticas económicas y sociales orientadas por un modelo neoliberal que implica la redefinición del papel del estado en la conducción de la economía que, hasta ese momento, había sido si se quiere paternalista, surgiendo entonces la implantación de algunas medidas que básicamente han consistido en: la limitación de la inversión pública, políticas de privatización de las empresas del estado, ajustes fiscales de gran magnitud, restricciones del empleo por parte del estado, y una aparente racionalización del gasto público. En este orden de ideas el neoliberalismo orienta hacia la industrialización diversificada, para dar paso a esquemas favorables a una productividad dirigida hacia la competencia global.
Sin embargo, aún cuando estos modelos surgieron con facilidad en países desarrollados, en Latinoamérica se han dificultado debido al difícil acceso a recursos crediticios. Como producto de ello se han desarrollado consecuencias de diverso ordenes, tales como desempleo, bajos salarios, redistribución de los recursos económicos, provocando que el rico sea más rico y el pobre más pobre. Este impacto se siente con furia en la década de los ochenta, resintiendo los programas de educación y salud que hoy en día son duramente cuestionados, pues se relaciona la inversión con la productividad o eficacia de los mismos.
Hacia la década de los noventa, la fórmula intentada por el continente latinoamericano es la de la integración regional como estrategia para acceder al mundo de la economía globalizadora. Precedidos por el Pacto Andino en los años del 1970, surgen ahora entidades como, el Mercosur y el Mercado común Centroamericano, entre otros, que representan la firme intención de evolucionar acompasadamente con las estrategias económicas mundiales. Sin embargo, han surgido circunstancias limitantes que se traducen en el demérito de las reales posibilidades de cooperación para el desarrollo regional.
Durante el devenir de estas circunstancias políticas, económicas y sociales, la institución universitaria no ha quedado indemne. El nuevo modelo implantado le ha impuesto severas medidas de orden restrictivo en sus presupuestos, cuestionando severamente su papel dentro de las comunidades y limitando así posibilidades de desarrollo que hasta ahora habían siendo cubiertas en gran medida por el estado.
Señala Rodríguez (1993) que tal situación generó, a partir de los ochenta, una seria reflexión del papel de las Universidades, tanto en lo referente a sus políticas, como en el ámbito de la investigación educativa. También se ha planteado el tema de la calidad alcanzada como consecuencia de la masificación de la educación superior, y como producto de ello, muchos países han tomado medidas en cuanto a la selección del insumo que a ellas aplica, partiendo de que el elemento determinante en la calidad del producto egresado, es el insumo y por otra parte, se ha cuestionado que la formación del producto no está en función de las expectativas y de las exigencias del mercado profesional, critica enunciada principalmente por los empleadores, pero también por los propios usuarios de la universidad, los estudiantes. Esto genera un cuestionamiento sobre la pertinencia de los estudios profesionales, y sobre la relación entre el perfil académico y el perfil profesional, a los fines de aprovechar el sistema académico en función del desarrollo económico.
En este sentido García Guadilla (1990) formula algunos planteamientos, tales como los de ampliar el enfoque educativo de las ciencias, la tecnología y las humanidades, crear nuevas habilidades para el trabajo a fin de obtener nuevos productos, procesos y sistemas, además de generar la habilidad de operar más allá de los confines de la disciplina, y mantener una relación más estrecha entre Universidad e industria para hacer más pertinente la educación superior.
De los planteamientos expresados sobre la construcción de una globalidad, en los cuales se infiere como factor clave el conocimiento, cabe la reflexión sobre si habrá que acoger tales planteamientos sin antes establecer un serio análisis en el aspecto social en el cual se pretenden instaurar.
Compartimos la postura de Castellano (1995), quien reflexiona a profundidad en este sentido, y señala "que los cambios más radicales en la educación sólo podrán darse cuando se cumpla el principio de que para privilegiar la dimensión social de un proceso es preciso priorizar la orientación de sus dimensiones política y económica para la equidad" (p.98).
Reflexionando sobre la cita anterior, cabe preguntarse: ¿Es la globalización conveniente y pertinente de llevarse a afecto, tal y como lo plantean los países desarrollados cuyos modelos se vienen generando y modificando por décadas?, ¿ Hace la globalización mas elitista a la educación superior, dejando a la zaga las clases menos favorecidas?, ¿ Pueden las universidades latinoamericanas asumir la globalización más pura como paradigma, solo por que somos países dependientes de nuestros adeudados?.
Ante tales interrogantes y otras que pudieran surgir, es preciso ser muy cautelosos antes de tomar decisiones obligadas por agentes externos, y priorizar según los contextos en los que se asuma la globalización, en razón de que lo que para muchos ha sido favorable en otros contextos, puede resultar en desintegración y multiplicación de desigualdades que acrecienten las brechas entre unas minorías privilegiadas en obtener el poder del conocimiento y unas mayorías destinadas al empobrecimiento socio-cultural estructural.
La Universidad es el reflejo de una sociedad en su más puro sentimiento, ella puede y debe ser un estrato de poder generador de cambios, pero éstos deben estar dirigidos hacia la sociedad que los acoge, y ésta es la de las mayorías.
No se puede poner en tela de juicio que es el conocimiento el que genera el poder, y que las universidades están en la obligación de generarlo, pues éste es uno de sus fines; pero para ordenarlo al lado del pueblo y no de aquellos estratos cuya finalidad es particular y sumiría a las mayorías a una subordinación ante los poderosos. Ciertamente, la Universidad tiene una dualidad particular entre los avanzado y lo conservador, entre la generación del conocimiento y el desarrollo, pero es que la propia esencia de la institución así la pauta desde su génesis.
La Universidad está en la obligación de potenciarse, dice Castellano & García del Portal (1995), "pero para ello deberá lograr una unidad real con su comunidad, mediante el ejercicio autocrítico, sin mengua de dignidades, pero firme en la búsqueda de un consenso para el logro de una coexistencia conciliatoria digna". (p.100).
Tal expresión se encuentra preñada del más puro sentido social y de convivencia por y para nuestros congéneres; construir para mejorar a las mayorías, para generar una educación al alcance de todos, con equilibrio, equidad, con suma de voluntades autóctonas y auténticas, racionalizando las acciones, evaluando cómo se va y hacia donde, sin sesgos transculturizantes que generen un mayor malestar y que puedan dar al traste con la tan ansiada democratización, que, en su acepción más pura significa un gobierno en el que el pueblo ejerce su soberanía.
No obstante lo expresado al cuestionamiento de la globalización, no se puede dejar de lado que Latinoamérica precisa incorporarse a tal proceso, pero previamente debe asumir su responsabilidad orientando con claridad el rumbo; quizás debe, en primer lugar, potenciar la educación básica y preuniversitaria para poder competir con las élites que hoy en día acceden mayoritariamente a las aulas de las universidades como producto de una formación más depurada, sostenida y consecuente. En este sentido García Guadilla (1990) opina que para diseñar estrategias o definir cambios en la educación superior, no deben dejarse de lado otros niveles de educación que la abastecen, ni olvidarse de la pertinencia de los conocimientos adquiridos para responder a las nuevas estrategias planteadas en los paradigmas de desarrollo que se propician en el continente latinoamericano.
Precisa que, en esencia, hay consenso en dos características básicas: la primera, en la necesidad de que sea un desarrollo para la mayoría, y la segunda, la necesidad de incorporar nuevas tecnologías al desarrollo.
Sin embargo, no puede pretenderse que las universidades puedan accedan a la globalización mientras que no se solucionen problemas de orden político-tecnocrático de orden general, dado que existen aspectos de la economía planetaria que deben estar presentes en el momento de las decisiones, debido a que la llamada economía mundial, tal y como lo señala Bracho (1995) es, en verdad, la economía de unos pocos países industrializados en la cual todos los demás tienen que jugar de acuerdo a sus reglas. Sin embargo, éstos - los industrializados - tienen su "procesión por dentro", lo que los hace poco confiables como socios económicos. La élite de potencias industrializadas se está viendo socavada por serios problemas estructurales; así, los EEUU tiene un gigantesco déficit comercial y presupuestario, y una descontrolada deuda nacional que ha crecido seis veces en los últimos doce años, y entre tanto predicaba y predica un discurso de austeridad al resto de sus congéneres. Europa, vive su peor recesión económica después de la II guerra mundial, y Japón enfrenta un caos similar, cerrando fabricas y generando desempleo para redimensionar su extendida economía. En este orden de ideas Bracho (1995) señala:
"... el mundo industrializado, se está viendo carcomido en sus cimientos por problemas sociales graves como el del consumo masivo de drogas, enfermedades degenerativas e infertilidad, violencia criminal, desintegración familiar, racismo y conflicto social. Las potencias industriales han practicado el doble lenguaje de predicarle el libre comercio y la liberalización económica a todo el mundo, sobre todo a los países más "débiles", y reservarse la libertad de seguir aplicando unilateralmente toda clase de medidas proteccionistas y subsidios para proteger sus propias economías". ( p. 98-99)
La cita precedente no necesita comentarios, señala en forma clara y directa que existe un doble discurso de los países industrializados, donde somos rehenes de la inversión de los "grandes", los cuales no dan pasos en falso, dirigiendo mayoritariamente éstos a la inversión en títulos financieros de altos rendimientos y liquidez, fácilmente negociables en el libre mercado al más leve síntoma de inseguridad, tal como desestabilización política o social. Por ello, en el marco de la globalización inminente, se precisa de una política gradual de ajustes racionales y eficientes, para no seguir siendo tan vulnerables como lo hemos sido hasta el momento; debemos hacernos más independientes, pues la dependencia no hace al mundo más seguro.
Desde el punto de vista de los nuevos escenarios de la educación, dos son los aspectos relevantes, y en opinión de García Guadilla (1996) corresponden a la velocidad de la integración y la globalización en lo que significa el nuevo valor del conocimiento. Lo imperativo económicamente necesita del conocimiento, el cual se busca en su legítimo escenario, la Universidad, la que desde siempre a través de su historia ha tenido un papel protagónico, cambiando los perfiles de la sociedad, las economías y paradigmas políticos. Aún cuando hoy en día nadie duda que otros espacios competirán con las universidades en la producción de conocimientos, siempre existirá la diferencia en los fines para los cuales éstos son generados, fines que, desde siempre, ha cuidado celosamente orientándolos hacia el beneficio de las mayorías y no de unos pocos.
Es inminente el embarque de Latinoamérica hacia la globalización, pero su Universidad debe definir prioridades y acompañar críticamente las nuevas realidades emergentes, no obstante, debe derivar de una integración bien orientada, necesaria para enfrentar el tremendo desafío que la revolución tecnológica demanda de las universidades. Así, la ciencia sería la instancia de universalidad común a las instituciones universitarias de todos los países del orbe para unirlos en una globalidad, y la cultura sería el referente transversal que garantizaría la diversidad de cada pueblo. ( Garcia-Guadilla, 1996).
RECURSOS PARA ENFRENTAR EL DESAFIO
Durante los últimos treinta años la expansión en el ámbito universitario ha tenido altas tasas de crecimiento a nivel mundial, pero en América Latina éstas han sido mayores que las de los países desarrollados, lo cual ha representado el mejor capital invertido por los Estados en la región.
No obstante, pareciera que el desarrollo de la educación superior no ha sido tan significativo para el desarrollo de los países. Ha habido una incongruencia entre lo intentado y lo logrado, no habiendo un real aporte de los cuadros científicos a la sociedad, en lo referente a la creación de ciencia y producción de conocimientos. Ahora bien, lo que sí es significativo es que ha habido un progresivo desarrollo de la formación universitaria de cuarto nivel, que en la mayoría de los casos ha respondido a las exigencias de calidad de las propias universidades, y que ha contribuido a transformar una capacidad endógena de personal de alto nivel.
Los retos para el siglo XXI pareciera que han puesto de manifiesto la necesidad de replantear las misiones de las universidades dentro de la sociedad, lo cual ha sido un ejercicio necesario y repetido a través de su propia historia, ejercicio que ha impulsado la renovación de la institución social por excelencia que promueve la energía creadora del conocimiento. Hoy, se le solicita a la institución que deje atrás la tradición y la conservación para ir en busca de una reestructuración e intentar incluirse en los campos de la globalización como reto para el nuevo siglo.
La orientación de esta inserción debería partir de una profunda reflexión, dado que la balanza pareciera inclinarse a incorporar el modelo económico sin el necesario análisis para incluir nuevas fórmulas, corriendo el riesgo de que la Universidad se transforme en un centro de entrenamiento, cuando la misión fundamental de la misma es la creación del conocimiento.
En opinión de Escotet (1990), hay que romper con la universidad informadora para dar paso a la universidad creadora, a fin de dar aportes para la solución de problemas en todos los ámbitos de la vida, además de ejercitar su capacidad reflexiva para anticiparse a los acontecimientos, figurando en todos los escenarios y en la viabilidad de las propuestas. Señala también que la Universidad, como parte del sistema educativo se ha inclinado más a la premisa de la tradición que al de la innovación. En este orden de ideas, expresa que los momentos que propician una evolución se asientan en el cambio mismo, sin que engendre necesariamente una crisis, y que el cambio que puede generarse a partir de ésta, elimina un sistema de valores e introduce otro nuevo traduciéndose en ruptura y no en evolución. La crisis se produce cuando no estamos preparados para el cambio, y a su juicio, el eje de la acción universitaria radica en formar al hombre para el cambio permanente y aún para la eventual crisis producto de la transición. La resistencia al cambio pudiera ser generada por la propia inercia de la institución universitaria y por el exceso de reglamentación que caracteriza a las reformas que se intenta plantear. De hecho, la acreditación que legítimamente busca mejorar los niveles de excelencia, se ha convertido en un aparato burocrático, y es uno de los elementos que sin proponérselo atenta contra las formas de cambio.
La Universidad debería pasar de una educación terminal a una educación permanente, e inventar una dinámica propia ante los inminentes cambios sociales, científicos y tecnológicos, que son intrínsecos a la esencia y futuro de la educación. De esta manera puede marchar acompasadamente entre la formación especializada y la educación generalizada; y ello es lo que conduce a una verdadera revolución de la educación.
Autores como Soria (1993) y García Guadilla (1996), señalan que los futuros alternativos de la universidad se mueven en escenarios. En este sentido el primer autor señala:
Un escenario alternativo es el pronosticar que las cosas se mantengan tal y como están, sin que se operen cambios substanciales externos o internos. Esta alternativa luce como estática y opuesta a leyes que rigen la dinámica de la sociedad actual.
Otra visión alternativa, es la de una Universidad futura como insumo que puede estimular a identificar los cambios urgentes necesarios para enfrentar el desafío.
Además, caracteriza a la Universidad del siglo XXI sobre la base de la integración vertical y horizontal de sus misiones sustantivas, las cuales participarán con agilidad y flexibilidad ante los cambios, rediseñando sus médulas curriculares para formar a un estudiante que resista modas y cambios y lo habiliten a competir con éxito en una sociedad cambiante. En general, señala que el egresado debe adquirir y demostrar competencias en resolución de problemas y producción de conocimientos. Comenta también que aquellos ciudadanos que dispongan de recursos económicos pagarán el costo de su educación.
Llama la atención, que este ultimo señalamiento provenga de autores de países sub-desarrollados, pues ello haría la educación superior más elitista de lo que hoy es; sin embargo, tal situación se da por si sola en función de que muchos de los que se pueden costear la educación superior se orientan por si mismos hacia las universidades privadas, las que en algunas oportunidades tienen fines y propósitos distintos a las públicas. Tal situación contribuiría a dejar fuera a las mayorías que de por sí ya están discriminadas, pese al derecho que tienen quienes provienen de los sub-sistemas de la educación diversificada pública de acceder a un tercer nivel de educación.
García Guadilla (1996), plantea otros escenarios, orientados al desarrollo de las universidades en función del mercado, del desarrollo sustentable y de lo solidario. Así establece:
El escenario económico: Ve la globalidad a través de lo estrictamente económico siendo éste el eje de la organización de la sociedad, la base de los avances tecnológicos y el dominio de la mano invisible del mercado. El desarrollo de cada país estará en función de la proporción de su población que podrá incorporarse al nuevo modelo dinámico. No obstante, los países pobres estarán en desventaja dado el retraso tecnológico acumulativo que no les permitirá su inserción adecuada en la globalización. En este escenario los países menos avanzados tienen poca posibilidad de lograr una dinámica propia que interese al resto del mundo.
La penetración del aparato económico y tecnocientífico en el campo cultural, para muchos significa una nueva barbárie, analfabetismo, empobrecimiento del lenguaje y de la cultura, y de una u otra forma surge la transculturización. En este escenario el conocimiento tiene un valor económico, lo que se traduce en poder. En él se habla de un mercado educativo, el cual predomina por encima de otras dimensiones de la educación, propiciándose así la fuga de cerebros hacia los países industrializados.
El escenario de desarrollo sustentable: Sostiene la globalidad que toma en cuenta las dimensiones ambiental, cultural y social, además de la económica. Da sustantiva importancia a la conservación de la naturaleza, a las culturas locales y la solidaridad entre los pueblos. Este escenario visualiza las tecnologías en función de su incorporación de manera positiva en sus propios e individuales procesos productivos, y a la solución de sus problemas locales prioritariamente, lo que derivaría en la posibilidad de incorporarse en los mercados de la competitividad. Innovar en el plano estrictamente tecnológico no sirve de nada si no hay simultáneamente una innovación en las prácticas sociales, en la organización social, en el saber hacer. En este escenario el conocimiento es considerado como una fuente democrática del poder, ya que el mismo puede ser tomado por muy diferentes usuarios sin perjudicar a nadie: nadie queda pobre por dar conocimientos, ya que el conocimiento es inagotable.
Con este modelo se asume la incorporación de un perfil profesional que toma en cuenta el nuevo paradigma de internalización de la educación, de globalidad con cooperación. La educación se entiende dentro de un modelo de desarrollo sostenible, de mayor calidad en los procesos y productos; caracterizado por el respeto de la diversidad cultural, por una nueva relación hombre-naturaleza, y una mayor sensibilidad a los problemas de la pobreza, tanto material, como intelectual y ética.
Escenario de la solidaridad: La globalidad incluye una mayor integración y articulación de los procesos locales. Los autores que se identifican con esta postura analizan el desarrollo como una política de producción de la verdad, es decir, analizan la estrategia inventada en los países desarrollados para los que están en vías de desarrollo. Dan más énfasis a lo local que a lo global, se orientan al logro de desarrollos más armónicos en el nivel local, y cuando se habla de internalización es en el sentido de acercar a aquellos identificados con los mismos procesos y desafíos.
RETOS DE LA UNIVERSIDAD LATINOAMERICANA DEL SIGLO XXI
En definitiva, la universidad atraviesa por un complejo camino de transformación que, quiérase o no, obedece a los procesos de mundialización que de manera inminente se imponen.
Ahora bien, no es ninguna novedad que la Universidad, hoy en tela de juicio, se transforme, ya que en esencia y a través de toda su historia ella ha gestado transformaciones de manera permanente; desde su inicio, en el medioevo, en la era de la industrialización, y hoy en día, continua en permanente transformación para dar respuesta a su entorno más cercano; con cautela, conservadora, celosa de que ese poder que atesora con el conocimiento sea utilizado en forma idónea, dando respuesta al qué, y el para qué es utilizado.
En opinión de Escotet (1991), la misión de la Universidad, y en cierto modo del sistema educativo, ha quedado reducido a una acción de entrenamiento profesional legítima pero insuficiente, que está muy lejos de proyectar lo que será la universidad del siglo XXI. Así, dicho autor, describe a la universidad como una institución resistente al cambio que debe asumir su papel creador y abandonar su enquistamiento en un pasado no consecuente con los procesos de mundialización.
Cerrada crítica expresa el autor ante la evolución de las universidades. Sin embargo; ¿No es allí donde primordialmente se gestan los saberes? ; ¿No es la Universidad el mayor centro de investigaciones? ; ¿No es allí donde se han gestado en muchas oportunidades cambios socio-políticos a través de la historia? ; ¿No es la Universidad, a través de las voces y acciones de sus maestros y alumnos quienes elevan los clamores de la insatisfacción del pueblo por encima de aquellos temerosos o demasiado ocupados en lo suyo? ; ¿Es que ésto no significa la emancipación de quienes en ella se forman?. Cabría entonces parafrasear a Freire (citado por Escotet, 1991) cuando dice: "El mejor alumno de física no es el que mejor conoció y memorizo las fórmulas, sino el que percibió su razón". (p.109)
Ciertamente, la Universidad en su esencia conserva una doble postura: la primera, orientada hacia lo innovador, hacia la creación del conocimiento, hacia la discusión democrática y a mantener un ritmo acelerado para lograr estar en sintonía con la rápida transformación mundial; pero, la segunda, a la vez es celosa de que sus producciones estén orientadas hacia una aplicación que beneficie no sólo a unos pocos sino a la sociedad, porque conoce el valor poderoso del conocimiento, y vela, como lo establecen sus fines, por que sus usos sean los más convenientes. En función de ello, debe pensarse una estrategia de modernización para la educación superior que no de al traste con el beneficio de las mayorías y con los propios intereses de la autonomía que le es propia.
Claridad, es la palabra clave, transparencia en la gestión más adecuada del conocimiento, de los saberes del pueblo, que son el pasaporte al futuro. Esto solo se consigue teniendo confianza en si misma, propiciando la evaluación endógena sin temor, ya que en esencia, la evaluación evidencia los puntos fuertes y los que hay que mejorar, y sin duda, no sería una sorpresa que los primeros aventajaran a los segundos.
Por lo tanto, en la actualidad a la Universidad Latinoamericana se le plantean los siguientes retos:
La modificación de su organización y naturaleza con el fin de recuperar su legitimidad social y de hecho su pertinencia, ya que ellas tienen la responsabilidad ineludible de producir conocimiento y formar los futuros profesionales-investigadores.
Elevar los niveles de calidad en función de la globalización y de la competitividad internacional, y para ello es prioritario impuldarcultura evaluativa en aquellos países donde no exista o se está iniciando, propiciando la autoevaluación institucional y la evaluación por pares. Esto pudiera dar origen a la creación de sistemas nacionales, sub-regionales y regionales de acreditación, diseñados sobre la base de la autoevaluación institucional.
El Estado debe crear políticas que orienten la matrícula estudiantil hacia aquellas carreras que a corto y mediano plazo sean requeridas por la sociedad para su desarrollo.
Debe proveerse la Transparencia y efectividad en el manejo administrativo de los recursos económicos otorgados por el Estado. Establecer nuevas relaciones entre sociedad, Estado y Universidades, de manera de posibilitar nuevas alternativas de financiamiento.
Creación de sistemas universitarios regionales que permitan encarar los problemas comunes y prioritarios de toda el área mediante la utilización solidaria de las capacidades desarrolladas en conjunto.
Realización de enlaces entre Universidad y Sociedad de la región, para dar respuesta conjunta al proceso de globalización haciendo énfasis en que éllas son el núcleo de redes educativas que abarcan todos los niveles de la educación.
Iniciar y establecer diálogos entre las Universidades y los Gobiernos de turno de cada región.
Establecer vínculos con los sectores productivos de la región, (tanto públicos como privados) en la prestación de bienes y servicios con ciertas condiciones señaladas por las Universidades.
La Universidad debe anticiparse a las reglas del juego que define el agente externo, es decir, ser proactor; en vez de responder a desafíos, debe plantearlos y para ello tal y como lo señala Silvio (1988) debe ser factor de cambio, innovación, vanguardia y transformación, " revalorizando la Universidad como corporación productora y difusora del conocimiento; cambiando paradigmas de trabajo en la universidad, en función de las exigencias de la nueva sociedad del conocimiento; buscando nuevos socios para la transformación en diversos sectores de la sociedad; complementando la proacción con la interacción reticular para compartir conocimientos, experiencias y recursos" ( p. 21)
A nuestro juicio la vía de entrar a la globalización que es inminente, es con cautela, sin imposiciones, poniendo condiciones, poniendo la casa en orden. Decimos sí al mejoramiento, al cambio en función del fortalecimiento latinoamericano, comenzar a establecer políticas que beneficien a las mayorías y no a unos pocos poderosos que no vuelven la vista atrás por la senda que habrán de volver a pisar, pero que es la senda de los pueblos pobres y en vías de desarrollo.
Decimos sí, al celo y la cautela que caracteriza desde la antigüedad a la universidad, pero un celo que garantice el bienestar de las mayorías.
Decimos sí, a la autonomía de la Universidad y con ella a la producción del conocimiento para nuestros pueblos, opuestos a reglas transculturizantes que no les benefician y les desorientan culturalmente.
Decimos sí, a los tratados entre países en desarrollo en primer término, a fin de cerrar filas para el mejoramiento y superación de la pobreza crítica en el que cohabitan las mayorías.
Apoyamos tratados benéficos para los países latinoamericanos con concepción propia, moderna, con estrategias sensatas y coherentes, presentes en el continente desde Bolívar y San Martín, cuyo sueño era el de establecer una gran patria americana, aspiración todavía no realizada. Miremos las fallas de los países industrializados, en la Comunidad Europea, la estrategia norteamericana, y la asiática.
Apoyemos la globalización en un escenario sustentable, como un desafío contemporáneo, desde la universidad como "prima donna" de vanguardia adecuándonos a las expectativas del siglo XXI, hacia la equidad. "No puede haber respuestas exclusivamente técnicas a problemas que son esencialmente de naturaleza política" (Alvarado, en Castellano y García, p.101, 1995).
Las universidades han sido la cuna de las ideas democráticas, igualitarias y de libertad, engendrando la mutación de los ciudadanos que forma, orientándoles a que la educación es un valor por si solo, que influye la cultura y la cohesión social.
La integración es un hecho, y como tal debemos aceptarlo, pero las universidades deberán luchar unidas para aproximarse al ideal, y poder enfrentar el desafío del avance de ideas y praxis letales para nuestros pueblos.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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